Por Claudio Di Girólamo
Director, dramaturgo, pintor escenógrafo,
conductor de televisión, asesor cultural.
Corría el año 1941, estábamos en plena guerra… Fue un 31 de octubre, el día de mi cumpleaños número 12.
En aquel tiempo, en mi familia, para esas ocasiones, teníamos un pequeño ritual:
El cumpleañero se hacía el dormido hasta que el resto de la familia se acercara sigilosamente a su cama para despertarlo con el canto de “cumpleaños feliz” y entregarle los regalos. Pero, en esa ocasión, por mucho que esperara, no hubo cantos, solo una leve sacudida en mi hombro que me hizo abrir los ojos. Vi, frente a mí, a mi padre, a mi madre y a mis dos hermanos. Mi padre se me acerca y me muestra sus manos vacías… “No hay plata para regalarte nada y la comida es la misma de la ración de guerra de todos los días. Pero, en estos casos, por lo menos se acostumbra entregar un deseo y aquí va, en nombre de todos nosotros…”
Me tomó de los hombros y, mirándome derecho a los ojos, me dijo: Te deseo que cuando te toque irte de este mundo, lo dejes un poco mejor de cómo lo encontraste…”
Ya han pasado muchos años desde ese día, pero el deseo de entonces de mi padre me sigue acompañando. Niño de doce años, del lejano 1941, veía como un hermoso y casi irrealizable sueño, la posibilidad de cambiar el mundo…. Hoy, ya anciano, por el contrario, estoy seguro de que se puede lograr y que depende de cada uno de nosotros “dejar el mundo un poco mejor de cómo lo encontramos” … Y en eso ando todavía… Y espero por un tiempo más.