Por Rubén Fernández
Profesor de Historia y Geografía; enseñó en el Colegio Pierrot, La Serena, y actualmente ejerce docencia en la Universidad Santo Tomás, sede La Serena.
Aarón, no muy distante, me observaba enarcando una ceja. Su respiración, parecía aumentar de a poco al interior de su pecho. Al fin preguntó: ¿La ira de un Dios?, mientras deslizaba suavemente el arco sobre las cuerdas del puente de su chelo. ¡Si! Respondía yo, al tiempo que Jairo salía de la habitación en busca de agua. ¡Escucha! Exclamé al tiempo que comenzaba a recitar un fragmento del poema “La gran marcha heroica” de Pablo de Rokha: “Tranco a tranco en el pantano del horror, vi destruir a la naturaleza en ti el esquema total de lo bello y lo bueno; como un niño loco, el espanto se ensañó en tu figura incomparable, que no volverá a lograr nunca jamás la línea de la Humanidad…”
¡Chiaa!… ¡Harta ira tenía el hombre! Exclamaba Aarón que comprendía al fin el sentido del texto. ¿Cómo hacen los dioses cuando tienen odio? En ese momento regresaba Jairo, tomaba la guitarra y respondía: ¡Tiran rayos! y comenzaba a rasguear con fuerza su guitarra. Aarón, imitándolo desliza el arco sobre las cuerdas del chelo, simulando una especie de brisa que de a poco se tornaba en tempestad. Comencé a recitar nuevamente mientras Jairo y Aarón, mimetizaban mi voz y la furia de las palabras al ritmo de la música. No existía el tiempo, ni pauta alguna. Sólo existía el espacio que habíamos creado para el aprendizaje.
¡Allí está!… ¡Esa es!… Exclamaba una y otra vez Laura, emocionada de escuchar la declamación y venía rápidamente desde el hall de entrada del colegio en donde pintaba un mural que sería la portada de nuestra muestra. ¿No es cierto profe, que esa es?
Días después, cuando la noche comenzaba, un camino de velas sujetas a bolsas de papel contenidas de arena conducían hasta un escenario adornado con la imagen de Pablo de Rokha. Allí estaba el trabajo de todos: Estudiantes, profesores, auxiliares de la educación y apoderados, ahora también expectantes en espera. Jairo acomodaba su guitarra y Aarón no muy lejano alzaba firme el arco. A la señal, se desataba el temporal en los instrumentos y por cada palabra declamada por mi boca. Más tarde vendrían otros poetas, estudiantes de todas las edades. Nunca faltó, ni sobró nadie.
Con los años, alejado ya de las aulas básicas y secundarias, más de una vez me he preguntado ¿Qué provocaba esa magia que resultaba en procesos de enseñanza y aprendizajes significativos? Aún hoy, como profesor universitario, me resulta difícil de responder aquella pregunta. Sin embargo, trataré de develar esta duda y las posibles variables que plantea a través de dos supuestos que explicarán la experiencia pedagógica que significó la muestra poética: “La ira de un Dios: Vida y obra de Pablo de Rokha”.
Primer supuesto, “Dejar momentáneamente de ser yo”. La experiencia pedagógica resulta efectiva cuando lo que se enseña deja de ser monopolio exclusivo de quien lo enseña. Es saber compartido donde quien aprende se apropia libremente de lo que aprende a fin de transformarlo en experiencia. Implica dejar de lado todo ego por parte de quien enseña y que impida la libre disposición a innovar y crear por parte de los que viven la experiencia. Dejar de ser yo, es empezar a ser el otro. Encontrarnos en la pluralidad de reconocer las diferencias en como todos aprendemos. Se trata tal vez, recordando palabras del profesor Ziley Mora: “de experimentar la vida como una suerte de “empresa-paraasaltar-el-Cielo”, donde el estado del despertar se vuelve imprescindible”.
Sin embargo, el “dejar de ser momentáneamente yo”, no es dejar de ser profesor. Es dejar de hacer relevante el yo primordial en la permanente relación con el otro. Un ego nefasto, si se quiere Nietzscheano, que mira la enseñanza y el aprendizaje como dirigida desde un altar que derrama un elixir que llena los espíritus vacíos de conocimiento. Un ego más interesado en el beneficio material de los resultados y el discurso complaciente y servil del entorno que lo significativo del aprendizaje. Significa también reconocer en el otro su capacidad de enseñar. Una transformación mutua, de la cual Maturana señala: “Yo soy, en la medida que soy con el otro”.
Este supuesto involucra que el docente tenga el saber y la autoridad necesaria para su desarrollo profesional. Debe tener un bagaje cultural que responda a la brecha generacional que nos separa de los estudiantes. En la muestra que se narra, no basta repetir de memoria los poemas. Se declama sabiendo la historia de quien escribió el poema. Es lenguaje puro. Es saber de métrica musical que debe ser explicada también desde las matemáticas. Es ser democrático en la espera de saber escuchar a quien no siente su propia voz y reír con ellos cuando la descubren. Además, el docente debe tener autoridad sobre su entorno. No es dictadura. La autoridad, a diferencia del poder que se ejerce por la fuerza, aún la fuerza del cargo, es reconocer al otro y lo que representa. Los estudiantes respetan la autoridad que se legitima socialmente en la labor docente.
Segundo supuesto. “Crear y recrear los espacios educativos”. Esto es lograr una especie de ágora griega en donde los estudiantes manifiesten libremente sus intereses. Aquel lugar donde toman conciencia con propiedad de sus propias formas de aprender. Son identidad en movimiento que alcanza su trascendencia histórica a través de un espacio común y donde ellos como seres humanos buscan tanto sus diferencias como los lazos que los unen. Es diversidad pura que estimula y promueve el aprendizaje. La educación debe crear y recrear espacios democráticos donde nos hacemos comunes con el otro.
Con los años en más de una ocasión me he encontrado casualmente con quienes fueron parte de la muestra. También me he preguntado ¿Qué significó esta muestra poética para todos los que participamos de ella? Me gustaría pensar que este espacio de participación fue lo más cercano a lo que Ziley Mora llama al hablar del mundo mapuche un “segundo nacimiento”, una forma de hacernos conscientes de nuestra existencia al descubrir el objetivo de por qué o para qué se viene a este mundo.