El impacto en mí del delantal sucio de una educadora

Entre las vivencias que rescato de la experiencia que tuve al realizar mi “práctica de observación” está la observación constante acerca del rol que desempeñaba la educadora de párvulos, a quién en un comienzo juzgué duramente, al finalizar la práctica lloré en mi casa al ver como la taxonomía de Bloom se había internado en mi vida misma. 

El primer día que llegué al jardín, noté que la educadora tenía el delantal sucio, al parecer por comida o algo parecido. Pensé: ¡Como está mujer viene al jardín con la ropa sucia! ¿Cómo no lavó anoche su delantal para aparecer presentable a trabajar? Ese mismo día elegí el nivel al cual me iría, y preferí sala cuna, precisamente con la educadora del delantal sucio.

Pasaron los días de la práctica de observación y me fui sintiendo parte del equipo; ahora podía darle de comer a los niños y niñas más pequeños o vigilar a los más grandes para que no tuvieran ningún peligro. En ese momento comprendí por qué la educadora tenía el delantal sucio, pues la hora de almuerzo era un caos en el jardín. No sé si en otros jardines sea igual.

Como los niños y niñas eran en su mayoría dependientes para la ingesta de alimento, la cantidad de adultos no era la adecuada para la cantidad de niños(as) que necesitan de mucha atención al momento de almorzar, por lo que era necesario ser muy astuta y observar a todos y todo a la vez. Al avanzar las visitas me di cuenta que mi delantal también quedaba sucio al final de la jornada con restos de la leche de la mañana, la saliva, la papilla e incluso vómito de más de alguno(a).

Al reflexionar sobre esto, integré lo que iba aprendiendo en mi práctica con aquella primera impresión de la educadora con el delantal sucio, le sumé la carga extra de tener que ir todos los días al trabajo, la agotadora rutina de la sala cuna, junto a las labores en la casa propia, que incluyen la dedicación al cuidado de sus hijos(as).

Después de ello, evalúe que las manchas en su delantal, solo expresaban un mundo lleno de momentos inolvidables, junto a llantos, risas, alegrías, penas y cansancio bombardeando la vida de aquella mujer.

Cuando llegué a mi casa me retiré el delantal y vi manchas en él; sentí alivio porque estuvieran allí, a fin de cuentas, no había sido una práctica perdida, eran las manchas de batalla, pero de batallas de ternura, de momentos caóticos, pero gratificantes en emociones, recuerdos y pedagogía.